“En este tiempo estamos en una crisis política. Hablar de crisis en política no tiene sentido porque en política se está siempre en estado de crisis, pero eso no quita para decir que la crisis política en nuestro país tenga un cariz especial, ya que no va más allá del ombligo de nuestros gestores públicos. Lo importante en la vida es saber quién es uno y adónde va, y en la política española esta brújula se ha extraviado del todo.
El problema que tenemos en España es sistémico, del sistema político, es decir, está en la estructura de base de nuestra sociedad. Hay una pérdida de confianza entre los electores y los partidos que se presentan para gestionar la cosa pública. Decimos en este país, siempre ha sido así, que las elecciones nunca se ganan, sino que siempre se pierden. Una vez que los electores votan a un partido para que gobierne tienden a mantenerlo en el gobierno hasta que se hartan de él. La corrupción y la incompetencia aburren al electorado y queman al gobierno. Hay un divorcio sentimental del elector respecto al elegido. Y el hecho es que en un bipartidismo casposo como el español los dos partidos están quemados por incompetentes, por rastreros y por la persistente corrupción que habita en sus cloacas. La corrupción es estructural al tener que ver con la financiación del partido político, es decir, es el partido quien la provoca y quien la acepta, pues se trata de un casamiento entre el partido que recibe el dinero y el empresario que concede esa financiación para verse favorecido en un futuro inmediato. En el mecanismo de la corrupción siempre hay dos sujetos dispuestos a delinquir y esta conducta ya se ha asentado sólidamente en nuestra cultura política al desarrollar redes mafiosas en el seno de los partidos.
Cuando un partido está mucho tiempo en el poder cometiendo dislates necesita protegerse y qué mejor protección hay que comprar y manipular a los jueces politizando la Justicia. Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando los magistrados sacan adelante sentencias manifiestamente condenatorias y absuelven a los políticos de una manera descarada. Esto no es nada casual, es el resultado de la inversión que ya hizo el político en el funcionario togado encargado de dictar justicia. Así la Judicatura está al servicio de los intereses del poder político y con ello se asesina a Montesquieu al amputar el tercer poder de la democracia.

No sólo vemos ese sesgo en la Justicia, también lo estamos viendo en el ámbito tributario. Hacienda en muchas ocasiones está para atemorizar a los de más abajo y pasar la mano por el lomo a las grandes empresas que se amparan en la ingeniería financiera para evadir impuestos y evitar ser sangrados por el Estado. Este manejo sistemático del fisco es un abuso que raya también en una conducta mafiosa. Esta es la pura realidad y es igual la cantidad de eufemismos que utilicemos para solapar dicho comportamiento reprobable.


Por otro lado la estrategia usada por los dos viejos partidos para tratar los nacionalismos catalán y vasco no ha funcionado en absoluto. Esto se ha debido a un desconocimiento de la propia naturaleza del nacionalismo. La idea centrada desde tiempos de la transición democrática de que a los nacionalistas se les compra con dinero, financiando estupendamente sus respectivas comunidades autónomas, ha fracasado y ha sido un engaño mayúsculo. Los nacionalismos no se guían nunca por parámetros racionales, sino más bien sentimentales y ficticios. Al desconocer nuestra historia los políticos del PP y del PSOE han estado alimentando a la “bicha” secesionista de manera creciente cuando pensaban que la estaban controlando. Y la realidad es que hoy tenemos un problemón en España que no sabemos cómo resolver.
Otra cuestión palpitante: el Estado del bienestar que viene desde el término de la Segunda Guerra Mundial, implantado por la democracia cristiana y por la socialdemocracia, está quebrado y no sabemos cómo se va a apuntalar eso. España, uno de los países de Europa que menos conocimiento tiene de integración europea, es la que más fe tiene en la Unión Europea porque cree que con Europa está más segura y puede ser salvada. Cree más en los eurócratas de Bruselas que en los gestores públicos españoles, porque aquéllos son más serios y están más capacitados para poner orden en nuestra casa, una casa mal gobernada por los hijos de la prodigalidad. 
Todos estos asuntos candentes hacen que nos cuestionemos día a día nuestro sistema político y nuestra palpable carencia de valores. Porque el gran problema ya no es este o aquel partido político; el problema es el sistema en el que nos movemos. Y lo más grave es que no existe foro alguno donde se pueda plantear alguna alternativa viable. Todo es parafernalia política y un diálogo de perros que sólo plantea una huida hacia delante.


¿Por qué hemos llegado hasta aquí? ¿Qué hemos hecho para que nuestro sistema político esté haciendo aguas? El asunto arranca desde el debate constitucional cuando un ponente socialista esgrimió y vendió la idea a los otros de que España es una nación inestable políticamente hablando y, por consiguiente, la constitución debe crear un marco electoral que venga a garantizar la estabilidad de los partidos. Así se establecía una figura política que se llamó el “culoparlante” calentador del escaño, que es ese diputado palmero que cuando le dicen que vote sí, votará sí, y cuando le dicen que vote no, votará no. Así, de ese modo, los partidos políticos atentan contra la dignidad del ciudadano y se pasan por el forro del pantalón la representación que ostentan de parte del electorado. Por eso el calentador del escaño se debe antes al jefe del partido político que al votante que lo ha elegido. La cúpula central del partido tiene mucho poder porque es la que corta el bacalao. Si uno quiere dedicarse a la política y ser elegido es conveniente que se lleve bien con el jefe del partido y esto es una aberración, porque si en política a uno le preocupa más su jefe que su electorado, el problema está servido. Este sistema lo que hace es desamortizar la actividad política, porque las listas sólo las engrosan los estómagos agradecidos y los inútiles. La lealtad y la mediocridad priman así sobre el conocimiento y la capacidad de gestión en los asuntos públicos. Esta distorsión política sucede hoy y viene sucediendo desde nuestros inicios democráticos en los dos grandes partidos políticos españoles, formaciones que se caracterizan, sobre todo, por su actividad corrupta y su carencia de ideas eficaces. PP y PSOE, con la alternancia pasiva instaurada por Cánovas en tiempos de la Restauración, vienen a esclerotizar el sistema político español y a tomarnos el pelo a todos los españoles, tanto a los que votan como a los que no. Mientras se buscan vanas soluciones a este problema España se descuartiza y el votante no se da cuenta de que está siendo utilizado como víctima del gran engaño alimentando la servidumbre voluntaria. Y esto hasta que despierte de una vez, si es que en realidad lo hace, y se arme la de Fuenteovejuna”.

 

Félix Rodríguez Romero

Abogado y candidato de CS a la Alcaldía de Puebla de Don Fadrique